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Teletrajinando

Voy a escribir un artículo antipático. Es un artículo contra la simpatía que despierta en la administración pública y sus sindicatos el teletrabajo. Comprendo que la utilización de los avances tecnológicos es importante para mejorar la calidad de vida, pero creo que supone una superstición y una tentación peligrosa cuando se utiliza sin meditar en sus consecuencias negativas.

Quizá me pesan demasiado los libros que he leído y la historias que me han contado los libros. No, no voy a hablar aquí de la bomba atómica y la señal de alarma que sus explosiones lanzaron sobre la fe en el progreso. Prefiero fijarme en los avances tecnológicos que permitieron el paso de la cultura rural a la cultura urbana en manos de las revoluciones industriales en el siglo XIX. Los avances incuestionables provocaron también, como saben los lectores de Dickens y Galdós, dinámicas de marginación, bolsas de pobreza y enormes dramas de soledad provocados por las brechas sociales.

Por eso me inclino siempre a observar las cosas con precaución y con una costumbre literaria, no empresarial, de vigilancia humana. Me asustan las posibilidades que el teletrabajo abre para la degradación laboral, las subcontratas y el fluido de soledades que marca la cultura neoliberal. Porque no se trata de aprovechar el teletrabajo para hacer posible la conciliación laboral ante un problema particular, sino de sustituir la presencia y convertir los puestos de trabajo en un avatar y la comunidad laboral en un conjunto de soledades.

El asunto se extenderá por las empresas privadas según vaya mandando el mercado. Pero me preocupa más la conversión del teletrabajo en una dádiva o en una exigencia laboral en la administración pública. Las tentaciones son muchas porque la situación económica y la pérdida de poder adquisitivo de los salarios facilitan la toma de medidas simpáticas y consoladoras, que posibiliten que los trabajadores sólo hagan acto de presencia durante dos o tres días en el espacio público que representan sus puestos en la administración. 

Es un tremendo error confundir la lucha laboral con la destrucción institucional del servicio público para el que se trabaja

La excusa del ahorro energético es poco sostenible, ya que más bien supondrá una multiplicación del gasto. A la energía pública de los edificios que no deben parar en su atención a la sociedad, se añadirán los domicilios particulares, los bolsillos particulares, a no ser que se use el teletrabajo como un eufemismo de días propios o vacaciones. Ocurrirá, además, algo previsible: el trabajador comprometido con su tarea estará de servicio 24 horas al día  y el escaqueador profesional vivirá en los limbos del metaverso.

Los enemigos permanentes de lo público lanzarán sus ataques contra los funcionarios del Estado diciendo que no dan ni golpe, que sobran chupones, que los ámbitos privados son mucho más eficaces. Esas críticas se convertirán en un motivo de disputa en la clase obrera entre las situaciones de desamparo y los “privilegios” del servidor público. Y cuando lleguen al poder, los servidores del sector privado tendrán excusas para dejar las plantillas en los huesos y subcontratar la gestión. A eso también se le llamará modernizar.

Dentro de los sindicatos de la administración pública existe el peligro de confundir las exigencias gremiales y los beneficios particulares a corto plazo con los compromisos de clase en el mundo laboral. Tenemos cerca el ejemplo de RTVE y la dinámica de buenas jubilaciones y reformas que se aceptaron porque beneficiaban a algunos particulares, sin pensar que abrían un camino para debilitar la información pública y permitir la precariedad de las generaciones siguientes. Es un tremendo error confundir la lucha laboral con la destrucción institucional del servicio público para el que se trabaja.

En fin, ya sé que escribo un artículo antipático. Me doy cuenta de que mi rebeldía se queda vieja cuando compromete su lucha en cosas tan anticuadas como una subida digna de los salarios, una fiscalidad fuerte sobre las grandes fortunas para sostener con orgullo los servicios públicos y unos ámbitos laborales que rimen de forma humana mientras la convivencia define la conciencia y la presencia consolida una experiencia compartida de la sociedad. 

Todo esto es mucho menos simpático que teletrajinar con nuestros horarios y nuestras vidas.

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