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Almeida, la Ermita del Santo, el bien y la belleza

Además del deterioro de los servicios públicos, además de la infradotación de los servicios al ciudadano, además de la contaminación, hay una desgracia que corroe la existencia diaria del habitante de la ciudad de Madrid: la omnipresencia de la fealdad. Tiene muchas declinaciones: las obras permanentes, la tala de árboles y el maltrato sistemático a los espacios verdes, la prioridad de las terrazas en el espacio público, las pocas opciones para el transporte en bici y la dejación de BiciMad, el tráfico excesivo, la inacción ante las viviendas turísticas, las cocinas fantasma y el deterioro del centro de la ciudad… Almeida, además de ser un gobernante con programas neoliberales, parece embarcado en el proyecto consciente y determinado de convertir Madrid en una ciudad fea.

Varios proyectos ilustran este propósito. Se va a realizar una obra junto a los jardines de Sabatini para instalar dársenas para autobuses de turistas. La cruzada contra los árboles continúa: se van a talar 1.000 árboles sanos más en Villaverde. Son ya más de 78.000 en el actual mandato. En esta misma línea, el proyecto de la Comunidad de Madrid de talar más de 1.000 árboles en Madrid Río para alargar una línea de Metro ha producido manifestaciones masivas. A ello hay que sumar el demencial pelotazo de Ermita del Santo, que recalifica el suelo de uso deportivo a favor de un fondo buitre venezolano para construir varias torres de hasta 28 pisos de altura, con más de 600 viviendas y 2.000 plazas de garaje. El tráfico acabará de saturar unas calles ya cargadas por los cercanos accesos a la M30; según cálculos de las plataformas vecinales, los monolitos dejarán en sombra las viviendas colindantes desde las 2 de la tarde. Los precios del alquiler subirán salvajemente y los servicios públicos quedarán colapsados. Continúa así el ya iniciado proceso de gentrificación de la zona. Los vecinos se han movilizado contra este despropósito.

Almeida, además de ser un gobernante con programas neoliberales, parece embarcado en el proyecto consciente y determinado de convertir Madrid en una ciudad fea

El interés económico que guía estas actuaciones es evidente. Sin embargo, no puede dejar de sorprender el empeño en hacerlo deteriorando la ciudad hasta el exceso. Parece un plan diseñado para convertir Madrid en una ciudad ruidosa, masificada, colapsada y deteriorada: en una palabra, en una ciudad fea. Madrid, esto es un hecho, es cada vez más fea. ¿Cómo comprender esta nueva especie de barbarie, que no obedece ni siquiera a un imperativo de rentabilidad? Sobre políticas públicas y modelos de gestión pública puede discutirse, pero mirar por la ventana y encontrar solo agobio y fealdad es algo que nadie podría desear. Ante unas políticas que uno considere injustas puede uno indignarse, criticarlas, movilizarse, protestar, impugnarlas; pero, ¿qué se hace con unas políticas que sólo sirven para socavar la belleza que debería reposar en las fachadas, en los suelos, en los árboles, en el aire? ¿Cómo enfrentarse a ellas? Acaso quizás tengan un efecto todavía más pernicioso, el de deprimir el ánimo, el de ahogar la mirada, el de quitar casi las ganas de salir a la calle.

Sobre todo, ¿cuál es el fundamento de esto? Porque, ciertamente, no es ideológico. Si uno es de derechas, puede recalificar el suelo, pero qué necesidad hay de talar árboles; puede uno bajar los impuestos, pero qué necesidad hay de invadir las aceras de terrazas que no dejan ni pasar; se puede recibir turismo, pero qué necesidad hay de que sea solo el masivo del botellón; se puede querer atraer actividad empresarial, pero qué necesidad hay de que sea solo la de los fondos buitre o los centros de consumo masivo en lugar de la de la cultura o el i+d; hay, en fin, una serie de variaciones sobre el tema a las que no obligaría ni siquiera la ideología. Y son esas variaciones, casi una elección moral, las que hay que explicar.

Los antiguos griegos tenían una expresión para designar el ideal de conducta y carácter: kalos kagathos, lo bello y bueno. ¿Quién querría trabajar contra la belleza? ¿Quién en su sano juicio querría contradecir un ideal que ha perdurado desde Homero hasta los superhéroes de Marvel? Pues bien, José Luis Martínez-Almeida quiere. Por si no fuera bastante la precariedad laboral, el acceso a la vivienda o la mala calidad de los servicios públicos, esto es un ataque directo al corazón de lo más preciado para el habitante de una ciudad: las vistas cuando abre los ojos, el aire que respira y el suelo bajo sus pies. Almeida hace que desees abandonar Madrid. Uno puede estar en desacuerdo con cómo se gobierna, pero sentir que quieren echarle a uno de su propia ciudad duele, íntimamente, todavía un poco más.

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Clara Ramas San Miguel es filósofa, política, profesora en la Universidad Complutense de Madrid y autora del ensayo 'Fetiche y mistificación capitalistas. La crítica de la economía política de Marx' (Editorial Siglo XXI).

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