Sergio Ramírez Luis García Montero
Sergio Ramírez
La Casa de América ha dedicado su Semana de Autor a Sergio Ramírez (Nicaragua, 1942). En la conferencia de cierre, quien fue destacado militante contra la dictadura de Somoza y vicepresidente del Gobierno sandinista explicó las razones por las que quería ser recordado, sobre todo, como escritor. Mientras las ilusiones políticas soportan el peso de los años, con sus dudas y sus distancias, la necesidad de escribir acompaña a Sergio día a día, con la misma fuerza que sintió en su juventud. Escribe con la ventana abierta, mira las cosas que ocurren en las calles del mundo. Es en la literatura donde se ha hecho fuerte su compromiso, su voluntad de sentir las injusticias, comprender las debilidades humanas y denunciar la soberbia de los que ejercen un poder corrosivo.
Mientras estudiaba y se hacía abogado en León, su inquietud por la literatura le llevó a leer los libros dedicados a contar crímenes. Los conflictos, los delitos, los procesos de investigación y las sentencias le ayudaron a comprender la novela de la vida, el modo en el que el corazón de las personas es un acontecimiento que sucede en medio de la realidad. La vocación de lector y escritor saltó de los códigos penales a los cauces interiores que Dostoievski nos contó en Crimen y castigo. Esa vocación de escritor se abrió camino también cuando, después del triunfo sandinista, fue nombrado vicepresidente. Si el compromiso con la propia ideología y la propia mirada sostiene la creación, ya sea en una historia de amor o en el laberinto de una conspiración contra un dictador, el ejercicio de la política puede convertirse en una tentación hostil a la libertad creativa.
Sergio se ponía el despertador a las 4 de la mañana para escribir hasta las 8. Y encendió su reconocida conciencia literaria, condensada en libros como El viejo arte de mentir (2004), para elaborar una buena novela. Castigo divino (1988) es una novela que nos ayuda a comprender la historia centroamericana, las ambiciones más íntimas de los personajes, el clasismo, los prejuicios sociales y las injusticias políticas de las que puede nacer una dictadura. Pero se niega desde su primera frase a convertirse en el panfleto de un vicepresidente en activo que reparte consignas para justificar su labor. La literatura es conflicto, matiz, sonrisa, no una simpleza discursiva o una carcajada que cierra los ojos.
Escribir supone mantener la esperanza. Entender a Sergio Ramírez como escritor, recordar sus libros, es una forma de seguir comprometidos con el mundo
La obra de Sergio Ramírez, desde sus primeros Cuentos (1963) hasta la última novela, El caballo dorado (2024), consigue componer una visión coral de la vida en la que el peso de la memoria se convierte en reconocimiento del presente y en imaginación del futuro. El hijo del comerciante de Masatepe, acostumbrado a ver etiquetas y marcas en una tienda de abarrotes, apostó por observar las diversas ofertas que la vida ofrece y nos contó la historia de sus personajes y sus sociedades, aprendiendo a ordenar datos, expedientes, crónicas, documentos, conversaciones y secretos. Se sentó en la mesa junto a Rubén Darío, heredó la gran tradición lírica centroamericana, pero quiso abrir el camino de un universo narrativo que nos ha dado obras como Margarita, está linda la mar (1998) o Ya nadie llora por mí (2017). Atrapar al lector es más importante que atrapar al asesino, aunque se trate de una novela policiaca. Pero la literatura atrapa al lector para invitarlo a los rincones de sus propios sentimientos y sus ideas, no para aleccionarlo con dogmas ajenos.
La vigilancia ética con la que defendió su vocación literaria en los tiempos de la militancia política en el sandinismo tiene mucho que ver con su actitud cívica cuando la Nicaragua de Ortega derivó hacia una dictadura amarga. Las desilusiones revolucionarias han hecho que muchos antiguos militantes se pasen al pensamiento reaccionario, defendiendo el autoritarismo sin escrúpulos o, al contrario, el capitalismo salvaje y el imperialismo norteamericano. Desde la publicación de Adiós muchachos (1999), Sergio Ramírez ha meditado con honestidad sobre su historia y ha tomado distancia ante posibles errores y malas derivas, pero sin apartarse de la defensa de los derechos humanos, la justicia social y la solidaridad con los más débiles.
Escribir supone mantener la esperanza. Entender a Sergio Ramírez como escritor, recordar sus libros, es una forma de seguir comprometidos con el mundo.
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