Bombardeos sobre la palabra libertad

El cinismo es uno de los grandes males de la sociedad contemporánea. Hace tanto daño como el purismo. Si los puristas suelen convertir en imposible cualquier transformación de la vida, paralizando las intervenciones políticas con unos ideales incompatibles con la realidad, los cínicos envenenan toda esperanza. Las palabras que quieren vincularnos con un compromiso colectivo acaban dinamitadas por dentro. El caso más llamativo en la actualidad es la degradación política de la palabra libertad por parte de un neoliberalismo que deriva hacia actitudes totalitarias. La libertad cívica se arranca de los marcos que procuran una convivencia justa y un respeto a las conciencias individuales para imponerse como la ley salvaje del más fuerte.

Intento ser positivo. Salir a la calle un sábado por la mañana permite buscar la esperanza siempre que seamos capaces de disciplinar la mirada. Se trata de no mirar por unas horas la fealdad del mundo. Conseguimos así un estado de ánimo adecuado para fijarnos en la madre joven que camina hacia el parque con un hijo pequeño de la mano. Una adolescente hermosa sale del supermercado y un joven corta su conversación telefónica para abrazarla. Pasan los dos delante de un anciano que está sentando en uno de los bancos de la acera.

La imaginación ayuda a hacerse una composición de lugar. Dentro de unas semanas el anciano será bien tratado en un centro médico. Resulta necesario que cuiden su tensión y que le hagan un buen diagnóstico que nos explique por qué le resulta a veces tan difícil respirar. Dentro de unos años los adolescentes quizás sigan enamorados y decidan tener hijos. Convendrá que antes hayan encontrado un trabajo decente, y un piso no sólo decente sino también asequible, y una dinámica familiar que facilite la conciliación. Por su parte la madre llevará al hijo a un buen colegio, y luego a un buen instituto, y luego a una buena universidad.

Los que bombardean la palabra libertad, confundiéndola con la ley del más fuerte, envenenan también la palabra impuestos. Impiden así que la esperanza sea el derecho social de una comunidad para imponerla como un privilegio de clase

Todo bien en un mundo que justifique la esperanza. La convivencia social justa permite otro tipo de convivencia: la de los buenos deseos con la realidad. Pero esta convivencia no cae del cielo, el destino que rueda a su aire no ha sido nunca un emprendedor de causas justas, y por eso es necesaria la política humana, el arte de construir marcos para que sea posible una ética libre, un orden a salvo de las manos libres del bandidaje. La palabra impuestos es en este sentido una clave para la libertad y la esperanza. Cobrando impuestos justos a los que viven libres y acomodados, se puede dar libertad a los que sobreviven de forma injusta en el mundo. No es una buena apuesta diluir la libertad en la incertidumbre y el desamparo. Gracias a los impuestos, el anciano cobrará una pensión digna y contará con una atención médica decente, las familias podrán alcanzar mes a mes una normalidad respetable y la infancia crecerá en igualdad de condiciones con la ayuda de una buena educación asegurada.

Los que bombardean la palabra libertad, confundiéndola con la ley del más fuerte, envenenan también la palabra impuestos. Impiden así que la esperanza sea el derecho social de una comunidad para imponerla como un privilegio de clase. Supone un atentado contra la democracia sugerir que el dinero de los impuestos sólo sirve para enriquecer a los políticos. Se bombardea así el valor del Estado. Los impuestos no son una propiedad de los políticos, sino una necesidad del Estado para asegurar los derechos cívicos de su ciudadanía. Se trata de una riqueza colectiva, de un bien común, de una garantía de convivencia, de un compromiso con la esperanza.

Confieso que me da vergüenza escribir estas cosas tan evidentes, tan simples. Pero mi simpleza limpia es una necesidad de responder en público a las simplezas sucias de quien ha decidido huir de su propia falta de ética, encubrir sus miserias, a costa de confundir la libertad con la ley salvaje del más fuerte. Sería triste que la insolidaridad y la infamia se convirtieran en la versión moderna del patriotismo. Putin gana elecciones en Rusia con un patriotismo infame e irracional. ¿Qué patriotismo nos está vendiendo la indecencia neoliberal?

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