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La lengua no da igual

Una limpiadora de la RAE, de escasa formación, tiene un accidente y se convierte en una erudita de la lengua. Un neurocientífico tendrá que desprogramarla para evitar los problemas que le acarrea ese nuevo celo por la corrección. Es la fábula distópica que cuenta La gramática, la última obra de Ernesto Caballero, estrenada este viernes en el Teatro Principal de Zamora y que llegará en noviembre al Matadero de Madrid. Distópica o puramente contemporánea.

Bajar las mayúsculas de los días, meses y estaciones. No plantar esa coma entre sujeto y predicado. Poner la bendita coma del vocativo. Estamos a punto, si no estamos ya ahí, de que parezca que escribirlo bien es escribirlo mal por aplastante mayoría. “El nuestro es un idioma fabulosamente eficaz, pero también fabulosamente olvidado”, escribía en 1968 Gabriel García Márquez. Hay mucha soledad en la preocupación por la lengua, qué capricho el nuestro, si sólo es, como decía Fernando Lázaro Carreter, el legado que constituye nuestro patrimonio más sólido.

La ortografía y la gramática no son algo elitista: son puro servicio, utilidad

La ortografía y la gramática no son algo elitista: son puro servicio, utilidad. Tampoco son superfluas, prescindibles, algo opcional. Ejecutarlas con precisión sirve para ordenar las ideas, para evitar ambigüedades, para un hecho tan universal como entenderse. Que un mensaje sea comprensible a la primera es algo necesario en todos los contextos de la existencia. Pero todos los días pasan por nuestros ojos escritos que son un despropósito, un caos, contraproducentes, absoluta dejadez. Esos textos no los han compuesto personas sin acceso a la educación, como la protagonista de Caballero, a veces esos textos tienen muchos ceros a su derecha. Señor, si le tengo que pagar por este trámite lo que yo cobro por varios días de trabajo, haga el favor de entregármelo con las tildes en su sitio, gracias. 

Bajar los estándares sólo beneficia a quienes no los necesitan. Desde que soy madre tengo una renovada fe en el esfuerzo porque por fin he entendido que el esfuerzo no merece la pena por los resultados sino por el músculo. Si estás entrenado para esforzarte, podrás volver a hacerlo. Y para la clase trabajadora no hay atajos: con esfuerzo no hay nada garantizado ni fácil, pero sin esfuerzo directamente no hay nada. Si has interiorizado que todo da igual, será muy difícil desplegar esas alas de plomo. El desdén actual hacia la lengua me recuerda a cuando, en clase de inglés en bachillerato, intentábamos no pronunciar muy bien para evitar las burlas. El resultado de esa cultura es que a los españoles nos cuesta muchísimo hablar bien otros idiomas, aunque los conozcamos. La novedad es que ahora también ocurra con el nuestro.

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