Salirse del papel
Ninguna estación se piensa tanto como el verano. El verano soporta demasiada carga para ser, estrictamente, sólo una estación. A veces parece que hablamos del verano como de una libertad condicional y, a finales de agosto, quizás sea más cauto no detenerse a pensar si, de cierta manera, lo es. Yo una vez, hace mucho, lo hice: subí a un avión trasatlántico todavía con la lengua fuera, escuché repetidamente Vidas cruzadas de Darío Z y ahí, unos kilómetros ya sobre el océano dirección aeropuerto internacional José Martí, como las serpientes, hice una abertura en la piel vieja de la zona de la cabeza y simplemente me salí de esa funda. La piel vieja quedó en ese asiento de ventanilla en una sola pieza.
Cuando los reptiles son jóvenes crecen más rápido y mudan la piel más a menudo que los adultos. Mi hijo es un pequeño Félix Rodríguez de la Fuente y me ha hecho mirar de nuevo al mundo animal, asomarme a ese espejo. La gran migración, las estampidas, esa chimpancé que te devuelve la mirada y asegura su brazo alrededor de su cría, exactamente como estás haciendo tú desde un mirador del Bioparc de València. Las serpientes cambian de piel para seguir creciendo. Quizás nuestra ansia de transformación en verano no sea un capricho sino un instinto.
En verano abundan las rupturas y no sólo románticas. “A veces siento que solo queda una ilusión manchada, llena de golpes y cargas, he de resistir para salvarla. Me tiran, alquileres, facturas, comidas, transporte, me quitan tiempo, corre, corre, me tiro al trabajo pero su amor no se corresponde, sueño en cambiarlo por acordes y por métricas sin moldes, por un puesto sin nombre donde los números cuenten sílabas no plantas de oficina”, rapea Darío Z en Vidas cruzadas. Cuántas personas habrán fantaseado este verano con no volver en septiembre. A sus oficinas, a sus empleos, a sus ciudades sin mar, a sus martes, a sus casas. La mayoría no pasarán de fantasías, de momento, pero qué preciado el verano si todavía es un territorio donde imaginar.
Cuántas personas habrán fantaseado este verano con no volver en septiembre. La mayoría no pasarán de fantasías, de momento, pero qué preciado el verano si todavía es un territorio donde imaginar
En el “Para ti” de X, que parece comisariado por una némesis, vi justo antes de irme de vacaciones uno de esos hilos que, desde Estados Unidos, dicen que los europeos somos unos vagos con eso del mes de vacaciones, que así nos va. Ese pensamiento tiene un sustrato ciertamente maquiavélico: si no dejas a la gente que sepa cómo es vivir de otra manera, quiénes son fuera del trabajo y la rutina, seguramente ofrezcan menos resistencia a seguir haciendo lo que, como escribía Cortázar, el hábito lame hasta darle una suavidad satisfactoria. La tensión de la vuelta del verano, aunque incómoda, es sana. Quiere decir que lo hemos pensado, que hemos imaginado otras vidas en otros lugares con otras gentes y que, aunque las condiciones no nos lo permitan todavía o por completo, sabemos quiénes somos fuera del papel actual y que sólo hace falta una abertura en la piel vieja de la zona de la cabeza para salir de esa funda en una sola pieza.
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